Es posible que hayas leído una noticia sobre un atleta keniano. Acaba de batir el récord del mundo de maratón corriendo por las calles de Berlín. Cruzó la meta en 2.01.09. Nadie hasta entonces había cubierto la distancia en ese tiempo. Él mismo estaba en posesión de la anterior plusmarca (2.01.39), conseguida hace cuatro años y que, entonces, suponía un eslabón más a su carrera de éxitos. Dos veces campeón olímpico, títulos mundiales y un largo etcétera de podios que le convierten en un atleta inigualable. No es un principiante. Todo lo contrario. A sus espaldas cerca de quince victorias en otros tantos maratones y un recorrido deportivo ante el que sólo cabe rendirse.
Esa es la noticia estricto sensu. Sin embargo, hay que ir mucho más allá para descubrir el cómo y el porqué. Dentro de pocos días cumplirá 38 años. Eliud Kipchoge vive en Kenia, piensa en su país y en su gente. Hace pocos días visitó la fábrica Nike en Amsterdam, se reunió con las personas que allí trabajan, las que le visten y calzan. Contó historias de su yo personal. Lejos de querer atesorar para sí el montante de los premios y la publicidad, creó una fundación que lleva su nombre. No abre hospitales, tampoco escuelas. Su mundo están en las librerías. Le encanta leer y escribir.
En su pensamiento bulle una idea indiscutible para él. Donde hay un libro hay cultura y educación. “La educación es primordial para que un país como Kenia crezca”, reza una de sus máximas. Detrás de todo deportista vive una persona. En este caso, no oculta sus rutinas. Las comparte. Siempre que termina de entrenar se sienta en una silla, abre su cuaderno y escribe cómo se siente. Escucha a sus músculos, lo que le dicen Apunta todo y estudia cómo reacciona su cuerpo.
Entrena tres veces al día. La suma de todas las decisiones es básica para lograr el éxito. En la comparecencia en Nike trazó las líneas básicas y explicó el modo de conseguir el nuevo récord. Apenas llega al 1’70, pesa muy poco, pero transmite humildad y grandeza todo al mismo tiempo. Las decenas de personas que pudieron compartir el tiempo con él no pestañearon. Al terminar la comparecencia le aplaudieron sin freno y le regalaron un montón de libros para las bibliotecas que forman parte de su “yo personal”.
A veces viene muy bien conocer estas historias, ponerles voz. Muchas veces se tilda a los deportistas como personas egoístas, poco solidarias y comprometidas con proyectos en los que su aportación puede significar un apoyo impagable. Por eso, me apetecía destacar esta historia. Más allá de medallas, oros, títulos, riqueza, aparecen oasis en el desierto. Eliud Kipchoge es uno de ellos.